El autor defiende que la bioeconomía es la economía de la vida. En este sentido, más que un sector entre otros, es un valor que debe ser la base de todas y cada una de las decisiones económicas, en cualquier región del mundo. Para él, la bioeconomía no puede ser tratada como un atributo limitado al bosque, como si fuera un sector económico, una cúpula dentro de la cual se protegerá la naturaleza, junto con los pueblos que de ella dependen directamente.
Por lo tanto, es fundamental ampliar el uso sostenible de la gigantesca socio-biodiversidad de los bosques tropicales y sus ríos. Los pueblos de la Amazonía, los científicos, los empresarios responsables, los activistas y las organizaciones que promueven el emprendimiento han avanzado enormemente en esta dirección. No obstante la bioeconomía tiene que ir mucho más allá de los bosques. El autor destaca que no se puede confundir la bioeconomía con simple extractivismo.
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